Desde el cielo se oye la voz de Dios que proclama el día y la hora de la venida de Jesús, y promulga a su pueblo el pacto eterno. Sus palabras resuenan por la tierra como el estruendo de los más estrepitosos truenos. El Israel de Dios escucha con los ojos elevados al cielo. Sus semblantes se iluminarán con la gloria divina y brillarán cual brillaba el rostro de Moisés cuando bajo del Sinai. Los malos no los podrán mirar. Y cuando la bendición sea pronunciada sobre los que honraron a Dios santificando su sábado, se oirá un inmenso grito de victoria.
Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de obscuridad. El pueblo de Dios sabe que esa es la señal de la venida del hijo del Hombre. A medida que va acercándose a la tierra se vuelve más luminosa y gloriosa hasta convertirse en una nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador victorioso en el cielo y en la tierra. Viene a juzgar a vivos y muertos. Con cantos celestiales, millares de santos ángeles le acompañarán en el descenso. Su gloria cubre los cielos y la tierra se llena de alabanza. También su esplendor será como fuego. Habacuc 3:3-4
No hay comentarios.:
Publicar un comentario